Hablar de los inicios del transformismo en Chile es volver la mirada a la década de los sesenta, durante la época de oro del espectáculo chileno cuando la performance artística era el centro de la bohemia local. Hermosas mujeres envueltas en lentejuelas y casquetes dorados integraban la iconografía de aquellos años. Musicales, canto y humor eran parte obligada de cualquier show nocturno donde el maquillaje, las plumas y el brillo se convertían en el sello distintivo de las vedettes nacionales y extranjeras que encendían la noche en Santiago.
En este contexto –protagonizado por estrellas femeninas– es que irrumpe una nueva categoría de artistas dotados de una diferencia esencial en su naturaleza: el género. Los hombres ingresan a los escenarios como protagonistas, eso sí, bajo una condición sine qua non: estar transformados en mujeres capaces de confundir hasta a la más escéptica audiencia con su descomunal belleza y talento.
Tímidamente, bajo el alero de locales como El Buque, La Tía Carlina, El Picaresque, El humoresque y finalmente el Bim Bam Bum, los transformistas urden el tejido cultural LGBT (Lesbian Gay Bisexual Transexual) de nuestro país. Mediante el baile, el canto y los musicales se manifiesta un neo linaje de artistas que rompen con la conservadora sociedad chilena, validando una nueva forma de hacer espectáculo desde la disidencia sexual o –al menos– desde una expresión no alineada con la norma impuesta por la heterosexualidad o heteronorma.
Surge el transformismo como una manifestación dotada de forma y significado, vigente hasta nuestros días y con interacciones que continúan generando un constructo social desde las antípodas de la cultura.
Llegados los ochenta y en plena dictadura el “apagón cultural” alcanza su peak, sin embargo, la bohemia gay supo arreglárselas para existir. Durante los ochenta Fausto y Quásar abren espacios de recreación nocturna en la escena gay local, siendo de paso los dos más importantes escenarios para todo transformista que se preciara de tal.
Sin embargo la “gran escuela” fue Quásar, el que sin duda fue un lugar icónico para la primera generación de transformistas chilenos después del Blue Ballet. Pese a
que ya no existe nació en la intersección de las calles Coquimbo con San Ignacio, y sus discípulos –hoy transformistas consagrados– continúan vigentes en el circuito.
No obstante, desde la disidencia política y cultural surge un colectivo artístico que trasciende la performance, utilizando el propio cuerpo como soporte artístico. Es entonces cuando el transformismo emerge como manifestación de crítica política, cultural y sexual a través de Las Yeguas del Apocalipsis.
Ya con el inicio de la democracia la diversión gay se amplió. Desde el regreso de Candy Dubois y Mona Montecarlo con su restaurant Le Trianon hasta las míticas fiestas Spandex, pasando por los bailables del Paradise o las alocadas noches del Bokhara, hasta los despampanantes shows de Bunker la oferta de escenarios para el transformismo chileno creció de forma exponencial y con ello también el mapa geográfico para la bohemia LGBT.
Con el advenimiento de internet el transformismo mutó para siempre en Chile. La aparición de los
reality show como nuevo formato televisivo también permeó la industria del entretenimiento LGBT y el reality show “Amigas y Rivales” es el responsable de protagonizar dicho cambio.
Cada domingo en Fausto Discoteque un grupo de transformistas competía por ganar un concurso de talentos exhibiendo sus show de baile y humor ante el público. Sin embargo, al finalizar la jornada los pasillos de la discoteque comenzaron a esbozar lo que sería la cara visible del fenómeno: los backstage de “Amigas y Rivales”.
Al profundizar en cada página del texto podremos observar el contraste que surge en esta bitácora del transformismo en Chile, desde sus inicios hasta hoy. Una historia que arranca a escondidas, que huye de cabronas, ciudades y sociedades en su conjunto, enfrentando el oprobio de policías, autoridades y religiosos, para de pronto renacer desde el anonimato con transformistas convertidos en estrellas, respetados, aplaudidos y respaldados por audiencias más allá del público gay.
Observamos como las travas se convierten en divas, viajando de lo oculto a lo público; de lo anónimo a lo masivo, en una suerte de minga cultural que ha trasladado el arte del transformismo desde el underground al mainstream en tan sólo un click y para siempre.